ANDALUCÍA
Noté cómo se me iluminaba la cara. Un viaje. Gratis. ¡A España! Nada más y nada menos. Quería escapar de Inverness, la pequeña ciudad de Escocia en la que llevaba viviendo mis 15 años. Debo de admitir que tampoco estaba tan mal, era bastante bonita, y al menos mis padres me habían llevado a visitar Londres una cuantas veces. Pero ahí se acababa la lista. Me di cuenta de que había desconectado completamente de lo que estaba diciendo mi profesora de español.
– … una semana para hacer el trabajo. Los 10 mejores, serán los ganadores de la beca. Por supuesto, lo tenéis que hacer en español.
En ese momento sonó la campana que indicaba el fin de las clases. Empezamos a recoger como locos. ¡Por fin era viernes! Me acerqué a mi amiga Sophie, que empezó enseguida a hablar de la gran noticia.
– Voy a trabajar muchísimo en el trabajo, lo haré... ¡Perfecto! Ganaré la beca.
– Oye, ¿Me puedes repetir lo del trabajo? Es que no me he enterado muy bien...
– Sí, claro, mira: Tenemos que hacer un trabajo sobre Andalucía, que es por lo visto la región a la que vamos. Los 10 mejores, ganan la beca. ¿No es genial? ¡Tenemos que ir!
– ¡Sí! Es para el viernes que viene, ¿verdad? Pues vamos a esforzarnos muchísimo.
Volví a mi casa prácticamente corriendo, y fui como un ciclón hacia mi cuarto. Me encerré durante toda la tarde en mi habitación, buscando información sobre Andalucía. La verdad es que me impresionó lo bonito que parecía todo. Ojalá, ojalá, que ganara la beca para el viaje. Tenía que ir allí.
Pasé toda esa semana dedicada en cuerpo y alma a ese trabajo, a Andalucía. Vi millones de fotos de personajes importantes, paisajes, esculturas, pinturas, edificios y playas; me maravillaron las parejas bailando flamenco, las grandes “ferias”, la “Semana Santa”, y sobre todo la gastronomía. Adoro la comida extranjera. Pero no era solo los monumentos o costumbres de esa región. Era el espíritu de sus habitantes, lo que me llamaba tanto la atención. Sus ganas de vivir, su amor hacia su tierra, que se enfrentara a ellos el que se atreviera a hablar mal de su amada Andalucía. Un andaluz no es sólo una persona que nace en determinado lugar. Es aquel que conoce el honor que es ser de Andalucía, que sabe que hay quien pagaría a precio de oro lo que él ha conseguido gratis, y que no cambiaría por nada del mundo. Y me di cuenta de algo. Es cierto que hay quien haría lo que fuera por ser andaluz. Yo. Yo pagaría, yo haría lo que fuese necesario. Resumiendo, me había enamorado, sin posible marcha atrás, de aquella lejana tierra llamada Andalucía.
5 años más tarde
Mientras el avión despegaba, retorcía entre mis manos un viejo taco de papeles. Se notaba el paso del tiempo sobre ellos en los bordes rotos, en que algunos de los folios estaban bastante arrugados, en la tinta corrida por algunas gotas de agua que cayeron sobre las hojas años atrás. En la primera página, ponía en grandes letras: ANDALUCÍA.
Recordaba a la perfección el momento en que dejé ese mismo trabajo en la mesa de mi profesora de español, hacía ya cinco años. “La suerte está echada”, pensé. Sabía que me merecía esa beca. Seguro que había trabajos que estaban mejor que el mío, quizá mejor presentados, o sin fallos de gramática. Pero dudaba que a nadie le maravillara Andalucía como a mí. Una semana más tarde, presentaron los ganadores. Leyeron 10 nombres, entre los cuales no estaba el mío. Me quedé sin conocer Andalucía, había perdido esa magnífica oportunidad. Pero empecé una hucha. Cuando en la hucha hubo suficiente dinero como para pagarme un billete de avión y unos cuantos días de alojamiento, yo ya tenía 20 años. Y allí estaba. Rumbo a mi gran sueño. Rumbo a una tierra en la que me había imaginado millones de veces. Porque todo me gustaba de Andalucía.
“Señoras y señores, en unos minutos aterrizaremos en el aeropuerto de Sevilla. En tierra, la temperatura es de 30ºC. Esperamos que disfruten de su estancia.”
“Y tanto”, pensé yo. El avión aterrizó. Los pasajeros fuimos descendiendo. Por fin, posé mi pie derecho en mi anhelada Andalucía.