¡HOLA A TODOS! Lo primero, siento muchísimo tener tan abandonado el blog. Lo echo muchísimo de menos, pero no encuentro de dónde sacar el tiempo que me gusta dedicarle. Voy a intentar poner más entradas, a ver si me organizo un poquito mejor... Además, lo que me está quitando más tiempo es leer los libros obligatorios: Amalur, de Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez. A ver, seguro que es un libro genial y todo eso, pero la filosofía no es lo mío, y menos aún lo son los ensayos. Me cuesta muchísimo leer esa clase de libros. A ver, ¿cómo quieres que me acuerde de qué estaba pasando cuando me pongo a leer si no está pasando nada? ¡No hay historia! Son datos y más datos. Me está costando la vida. Esos libros sin duda no logran "fomentar la lectura". Bueno, os dejo por aquí un relato que he escrito hace muy poco, para un concurso en el instituto... ¡Y he ganado! Espero mucho que os guste.
Juego de niños.
¿Quién no ha querido alguna vez ser pequeño de nuevo? ¿Quién no ha querido que se pare el reloj? Sigo andando por la calle y me pregunto si la gente de mi alrededor tiene los mismos pensamientos que yo. Si necesita tanto como yo volver a ser un niño. Si se imaginan siquiera todo lo que está pasando por mi mente. O lo que está pasado en mi vida.
Quiero que vuelva ese momento en el que no te has equivocado en nada, quiero que vuelva ese momento en el que todo es de color de rosa. Porque lo que dicen de que la vida es bella, que hay que luchar por tus sueños, que si lo haces de la debida forma todo saldrá bien... todo eso era mentira. Ahora lo sé. Quiero que vuelva ese momento en el que te crees todo lo que te dicen. Creer algo de forma ciega, así como un niño cree en que su hermanito vino con una cigüeña, como cree que su mascota está de verdad en una granja, como cree que llegará a ser astronauta. Quiero volver a creer de forma ciega. Así como cree un niño.
Nadie me mira a la cara. ¿Significará eso algo? ¿Vuelvo a estar en peligro? Quizá no. No, no. Es buena señal. Es que no sospechan nada. Sí, es eso. Sólo tengo que pasar desapercibida. Ojalá no tuviera nada de que temer. Quiero que vuelva ese momento en el que nada te atemoriza. En realidad, siempre te atemoriza algo… mejor dicho, quiero que vuelva ese momento en el que lo que te atemoriza no te hará daño realmente. Quiero tener la clase de miedos que tiene un niño. Quiero tener miedo de la oscuridad, que se acerque mi madre y se acueste conmigo hasta que se me pase. Quiero tener miedo de una película de terror, soltar un grito y que apagando la tele se pase toda inquietud. Quiero tener miedo de bajar en el tobogán, quiero necesitar que se acerque alguien para ayudarme. Quiero tener miedo de tonterías. No quiero tener miedo de mí misma.
Llego a un cruce con una calle más transitada. Observo mi alrededor. Mi mirada pasa de un viandante a otro, mi cerebro intenta pensar hacia dónde será mejor dirigirme. El aeropuerto. Demasiado peligroso. Casa. Imposible. Creo que lo mejor es la azotea de un edificio alto. Lo más alto posible. Sacudo la cabeza, como hago siempre que algo me corroe la conciencia. “Sigue andando” -me ordeno- “no pienses en eso ahora.” Estoy parada en medio de la calle. No me había dado cuenta. Miro a los lados otra vez. Mis ojos se posan en unas luces azules y rojas que se acercan. Colores demasiado brillantes. Mis oídos escuchan una sirena de policía. Suena demasiado alto. Se acerca demasiado rápido. Mi corazón empieza a latir a mil por hora. Pasan solo unos segundos entre que me pongo la capucha, me doy la vuelta y empiezo a correr.
Ojalá recuperara esos momentos en los que huir era sólo jugar al pilla-pilla. Que correr sea sólo en el patio del recreo. Que cuando alguien te persigue sea un simple juego. Por favor, que sea un juego. Que no sea verdad. Estoy jugando al pilla-pilla. No me pueden coger. Antes tienen que contar. Uno, dos, tres. Giro a la derecha. Izquierda. Veo de reojo varias personas corriendo detrás de mí. Todavía tengo margen. Cuatro, cinco, seis. Esquivo a la gente que camina por la calle. Derecha, recto, izquierda. El truco siempre ha sido que me pierdan de vista. En el patio sólo había que quitarse del tránsito. Un lugar apartado, ese era el truco. Siete, ocho, nueve. Aunque claro, por mucho que corrieras, el otro siempre corría un poco más. Diez. Quien no se haya escondido, tiempo ha tenido.